
Testigos, más que maestros
¿Es posible, tal vez, dar lo que no tenemos, enseñar lo que no sabemos, condenar por lo que también nosotros hacemos?
En el Evangelio de este día Jesús responde de manera clara y contundente a estos interrogantes. Después de subir a la montaña y pasar la noche en oración, y de llamar a sus discípulos a la misión (6,12ss), pronuncia el conocido discurso de las Bienaventuranzas. En ellas revela el proyecto de vida de quienes le siguen, denuncia a quienes viven sumergidos en la saciedad y la codicia, e invita a amar a nuestros enemigos (6,24-37).
Esta referencia nos ayudará a comprender el texto que hoy meditamos, porque para Jesús, no hay otra doctrina. Hacer del amor, incluso a nuestros enemigos, nuestra opción de vida hace posible la felicidad aun en el llanto, la persecución y la pobreza.
Pero proclamar esta Buena Noticia tendrá unas condiciones; no puede anunciarse el amor y el perdón sin antes experimentarlo; no será creíble el mensaje si quien lo proclama no es testigo auténtico de lo expresado. Nos lo dijo, en otras palabras, Pablo VI: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos»[1].
Según esto, ¿puede, acaso, un hombre o una mujer que, sumergidos en las tinieblas, víctima de sus propias heridas, codiciosos y vengativos, guiar a quienes se inician en el camino del amor verdadero? ¡No! ¡Sólo cuando aceptamos la invitación de Jesús a amar incluso a nuestros enemigos, nos hacemos verdaderos maestros!
En consecuencia, podemos comprender que quien inicia un proceso de conversión puede mostrar el camino a otros. El verdadero pedagogo, por tanto, será quien ha optado, desde el dolor y la persecución, a amar como el verdadero Maestro lo hace en la cruz.
Así brotarán los frutos del árbol que se ha nutrido de una auténtica vida de fe. Así surgirá la tan deseada sinodalidad, sanaremos de todo clericalismo, nacerán comunidades de vida centradas en el Reino de Dios que acogen lo diverso como una riqueza.
P. Willians Costa Sch. P.
[1] Pablo VI, Discurso en la clausura de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos (26 octubre 1974): AAS 66 (1974), p. 637.
Lucas 6, 39-45: Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca
Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, ¿sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano.
Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.»

Willians Costa
Escolapio
Sacerdote escolapio. Venezolano. Con estudios de Filosofía y Teología en el ITER, y maestrías en Educación en Derechos Humanos, Teología Espiritual (UCAB) y Acompañamiento Espiritual y Discernimiento Vocacional (Comillas). Dedicado en la mayor parte de su ministerio presbiteral al acompañamiento vocacional y la formación inicial.