“Ministerio en verdad muy digno, muy noble, MUY MERITORIO, muy beneficioso, muy útil, muy necesario, muy enraizado en nuestra naturaleza, muy conforme a razón, muy de agradecer, muy agradable y muy glorioso.” (MCT)
“Muy meritorio, por establecer y poner en práctica con plenitud de caridad en la Iglesia, un remedio preventivo y curativo del mal, inductor e iluminador para el bien, destinado a todos los muchachos de cualquier condición -y, por tanto, a todos los hombres, que pasan primero por esa edad- mediante las letras y el espíritu, las buenas costumbres y maneras, la luz de Dios y del mundo…” (MCT)
Meritorio es que merece reconocimiento. Y lo que es digno de reconocerse socialmente es porque aporta un bien, una utilidad y un beneficio al conjunto de una sociedad. La educación de los pobres es meritoria, y lo es por los motivos que Calasanz indica como efectos de un proceso que también señala. En el fondo, está evidenciando la causa y el efecto de la educación, y con ello, el camino (la metodología) para llegar al propósito final de la misma.
- Remedio preventivo y curativo del mal.
Posiblemente de las primeras veces que alguien habla del que luego se conocería como método educativo preventivo (y se lo atribuyen a san Juan Bosco dos siglos después). No pensar en el mal a curar sino en la evitación del mismo es una de las finalidades de la educación calasancia. En un momento que en las sociedades vemos las consecuencias de la avaricia, el egoísmo, la vanidad, la manipulación ideológica… tenemos en nuestras manos la posibilidad de ‘prevenir’. La educación no observa la realidad actual para sanar el mal, sino para aprender a prevenirlo en la siguiente generación. Es este un principio que debería primar en las leyes de educación: la sociedad que deseamos y no la prevalencia con parches y retoques de la actual. En el fondo, no habrá transformación si no hay prevención.
Cuando hay tantos intereses que mantener, se desea controlar la educación, pues puede prevenir (y por tanto transformar) o puede consolidar el statu quo. Lo estamos viendo estos días (y se propagará más), tras unos sistemas educativos centrados en lo instrumental, lo afectivo, lo lúdico, lo técnico y lo productivo, hemos generado unas generaciones frágiles, incapaces de saber esperar para alcanzar metas, insuficientemente preparadas para el esfuerzo y la creatividad ante lo adverso, con una mirada centrada en el consumo y la adquisición al precio que sea, y desmemoriadas de su historia, de las luchas y sufrimientos de sus antepasados para llegar a sociedades democráticas e igualitarias. Estas generaciones centradas en el producto y no en el sujeto, inflan lo competencial (la capacidad de hacer) y no tanto el propio sujeto, la persona, que es donde nace la verdadera prevención. Uno puedo prevenir lo que conoce, por propia experiencia o por la experiencia de otro. Pero se nos ha educado sin raíces, como dueños no como administradores, de manera que nos sentimos llenos de derechos y faltos de obligaciones. Valores como la discreción, la verdad, el pudor, la urbanidad, la humildad, la paciencia, el agradecimiento, el esfuerzo, la fortaleza (o resiliencia),el perdón… han sido relegados al ámbito de lo religioso y lo privado, emparejándolos con la fragilidad y la inutilidad, en el fondo, con la no productividad.
La historia ya no hace falta memorizarla y si se hace, se reduce a los acontecimientos tribales y locales, sufriendo una fragmentación tal que ya no hay visiones globales sino particulares y localistas que no permiten ver más allá de mi propio ombligo histórico; la filosofía no hace falta estudiarla porque bajo el aforismo ‘hay que enseñar a pensar’, omitimos los logros y avances de nuestros pensadores pasados para educar a pensar lo que queremos que se piense, lo que se ha llamado el pensamiento único. Y para justificar la ausencia de estos saberes humanísticos, han aparecido en la escuela una enorme cantidad de aprendizajes bastardos y ajenos a la escuela para desfigurarla y vaciarla de su propio contenido. ¿Podemos decir mirando los últimos 30 años que con la educación que estamos desarrollando estamos previniendo el mal social y curando las heridas pasadas del odio racial, la xenofobia, la discriminación sexual, protección del medio ambiente, desigualdad de oportunidades o la cultura de la deshonestidad y la corrupción? Porque si no podemos, nuestro sistema educativo está podrido, viciado y rancio. Con nuestro santo viejo, o la educación previene y cura el mal o no estamos educando bien.
- Inductor e iluminador para el bien.
¿Cabe una definición más hermosa del hecho de educar? ‘In-ducir’ es hacer que una persona tienda a algo que yo quiero, pues nos guste o no, toda educación es una manera de manipulación, pero ese no es el problema (en todo caso el problema es no reconocerlo), sino para qué y para quién manipulo, educo. Por eso se hace tan importante lo que en algunas tradiciones orientales llaman ‘la iluminación’ que es ese estado en el que uno se encuentra con lo bueno, bello y verdadero, lo saborea y suscita en él el deseo de adquirirlo, de vivirlo. Sin pretender que Calasanz pensara en estas categorías, sí vislumbró la necesidad de ‘iluminar’ pues solo necesita ser iluminado lo que está a oscuras, lo que no se ve o se percibe con dificultad. La educación para Calasanz debe ‘iluminar para el bien’, debe ayudar a crear los resortes vitales necesarios para percibir y descubrir lo bueno, lo bello y lo verdadero en la vida. ¿Qué bien percibe hoy un adolescente? ¿O qué belleza y verdad? El dinero, el poder, la fama, el éxito, el placer sexual (¡como si no existiesen más fuentes de placer!)… Si eso es lo que perciben, esa es la luz que les ha aportado su educación. No vayamos descargando responsabilidades a la familia, la sociedad, el ambiente. Cuando se ilumina la verdad, la bondad y la belleza (que es un proceso que necesita ser educado), el hombre desea vivir por ellas. De nuevo hemos de preguntarnos qué iluminamos con nuestras materias, con nuestras propuestas educativas, con las actividades que proponemos, con la manera de valorar y evaluar los aprendizajes. ¿Estamos induciendo e iluminando para el bien?
- Destinado a todos.
Hoy parece una perogrullada, pero hace cuatro siglos era un atrevimiento: pensar que la educación era un derecho universal. Y viendo la situación que estamos viviendo estos días uno diría que no es tan de Perogrullo. Millones de estudiantes que han podido continuar sus estudios en algunas partes del mundo sin salir de casa, escuchando y viendo sus maestros, realizando sus tareas y siendo valoradas al instante. Mientras, otros, desplazándose kilómetros para captar las ondas de una radio para escuchar, o esperando con paciencia a que su celular descargue un archivo en whatsapp o que su vecino le pueda llevar la tarea que enviaron por alguna red social. ¿Universal? Ciertamente, en Calasanz, se percibe un romanticismo educativo, deseando más que constatando, que la educación y las condiciones que la posibilitan, son un bien de primera necesidad.
Y todo esto tan meritorio, ¿cómo? Y aquí radica una de las intuiciones más delicadas y de más calado de san José de Calasanz: “mediante las letras y el espíritu, las buenas costumbres y maneras, la luz de Dios y del mundo”. Piedad y Letras, lo resumió para su Orden. No son suficientes los saberes humanos, pues eso por sí solo hincha y ensoberbece al hombre, es necesaria para un equilibrio y estabilidad desarrollar también el espíritu, la innata dimensión transcendente. El santo nunca utilizó las expresiones ‘educación integral’, ‘educación emocional’ o ‘inteligencias múltiples’, pero detrás de su pensamiento estaba que la persona para ser educada ha de serlo en su globalidad, si no, provoca monstruos. Y para aquellos tiempos el hombre era una unidad de cuerpo y alma, y por tanto, la educación debía hacerse cargo de todas sus dimensiones. Negar el desarrollo espiritual (aquello que va más allá de lo físico) en educación, es la nueva manera de manipular y aherrojar al ser humano a los límites de su biología castrando una parte sustancial de la existencia humana. Desarrollar esa dimensión con áreas como religión, tutoría o desarrollo personal no deberían estar cuestionadas en ningún sistema que se digne llamarse integral o global.
Y comenzaba Calasanz diciendo que esto se daba ‘por establecer y poner en práctica con plenitud de caridad en la Iglesia’. Como apéndice final, para tanto cantamañanas, soplagaitas y necios que andan sueltos por ahí negando la historia y rescribiéndola en tiras de papel higiénico, quizá les haga bien recordar (si algo vale para instruir a un necio convencido), que muchos de los derechos humanos, de la configuración de las sociedades libres y democráticas, de los avances en la igualdad y, sobre todo, del desarrollo de la educación para todos, se deben a personas como Calasanz que siendo Iglesia entregaron su vida para consolidar una realidad que hoy nos la hemos encontrado hecha. ¡Eso sí que es meritorio!
P. Carles Such Sch. P.